Putas, brujas y locas es el apelativo con el que la historia oficial ha descrito a las mujeres que desafiaron las convenciones en la Edad Moderna, una época de prodigios y profunda crisis con tan pocas posibilidades de supervivencia que para salir adelante fue necesario explotar la creatividad al máximo y hacer de la picaresca el estilo de vida. La almiranta Isabel Barreto lideró la expedición a las Islas Salomón con mano de hierro y ayuda de la horca contra todos aquellos que se atrevieran a contrariarla; la esclava morisca Elena de Céspedes fue la primera mujer cirujano, amén de soldado, pero también la primera en casarse con otra mujer; una profetisa llamada Lucrecia de León hizo tambalear el reinado de los Austrias poniendo a Felipe II contra las cuerdas de sus vaticinios, más precisos y polémicos que los de cualquier Nostradamus; la adelantada Mencía de Calderón cruzó los mares y atravesó mil seiscientos kilómetros de selva con una caravana de mujeres casaderas durante seis largos años plagados de incidentes y aventuras, hasta llegar a su destino en tierras del Nuevo Mundo. Estas y otras mujeres como la